E L R A D I O E S C U C H A
Isidoro Ruiz-Ramos – EA4DO
Archivo Histórico EA4DO
La pasión por la Radio que se fue creando en España desde finales de 1923 hizo que surgieran distintos Radio-tipos, como así los presentó S. Oria en la revista Radio Ciencia Popular durante 1925, que fueron los diferentes personajes que aparecieron como consecuencia del furor que comenzó a causar la radiotelefonía. El mayor número de ellos correspondió a los interesados en llegar a oír alguna de las pocas estaciones que entonces surcaron el <<éter>>.
Pero en el nacimiento de la Radio hubo gran confusión en el nombre que deberían adoptar aquellos aficionados, por lo cual Miguel Moya Gastón de Iriarte, más tarde EAR-1, en su habitual columna de T.S.H. del diario madrileño El Sol, el miércoles 16 de abril y siempre bajo el pseudónimo G. Rid, apuntó los calificativos de escuchófilo y escuchador, pero…
"Radioamateurs" se les llama en Francia a los aficionados a la T.S.H. "Radioaficionados" podríamos, pues, llamar a nuestros colegas.
Insistiendo Miguel Moya sobre el mismo tema, el sábado 10 de mayo de 1924 volvió a comentar…
La nueva terminología radiotelefónica preocupa a mucha gente. Es necesario que nos pongamos de acuerdo y que el vocabulario cuaje. Yo me llamo "aficionado", a secas, porque la sección se encabeza con un gran título que dice T.S.H., y ya se sabe a lo que me refiero; pero es indudable la insuficiencia del vocabulario si ha de utilizarse en las tarjetas de visita.
Radio-aficionado, radio-escucha, escuchista (radiófilo, insinuaríamos nosotros), no son palabras definitivas, ni mucho menos …
Más centrándonos en este tipo de interesados en las ondas hertzianas y para conocer la problemática a la que se enfrentaron entonces, seguidamente reproducimos el artículo que publicó S. Oria en la revista Radio Ciencia Popular del sábado 21 de febrero de 1925
RADIO-TIPOS: EL RADIOESCUCHA
Aclarado en el articulo precedente el interesantísimo punto de los aborígenes de la radiotelefonía, quedaba en él, y quedará en éste, sin resolver, la duda de si la radiomanía es congénita o ingénita en la especie humana.
Sospechamos que tampoco ese extremo se va a determinar aquí; pero a los efectos de la clasificación de los tipos que ofrece, lo mismo da.
Sabemos que el ser humano, tal como hasta ahora se le venía considerando normal, no radio-escuchaba; es decir, no había ofrecido ninguna tara radiotelefónica. Iba por el mundo alegre y confiado, sin sospechar lo que llevaba en su interior, como va ufano de su salud el que lleva en su organismo el germen morboso de una enfermedad mortal. Pero así como éste siente un mal día los síntomas de la enfermedad física que llevaba larvada, así el radioescucha se da cuenta una buena noche -de día no radian habitualmente las estaciones madrileñas- de que "el maravilloso invento", del cual ha oído hablar con apasionado calor, está al alcance de su oreja.
Unos momentos de vacilación deciden su suerte para toda la vida. Si no resiste la tentación está irremisiblemente perdido. Por instinto propende al radioescuchismo, pero en su interior se entabla una lucha titánica entre su curiosidad y el temor al "que dirán" los que durante mucho tiempo fueron víctimas de sus cuchufletas por… radioescuchas.
Triunfa el instinto y, poseído de cierta inexplicable emoción, la que produce siempre lo desconocido, ante un modesto galena, toma un auricular y le aplica a su oído…
¡No se oye nada! Y se alegra porque esto es lo que él venía sosteniendo hace mucho tiempo. Va a dejar el auricular, pero un segundo antes de quitársele percibe clara y distintamente: ¡Atención! El cuarteto de la (aquí el nombre de una estación) va a interpretar "El Suspiro misterioso", del maestro García. Momentos después le hace estremecer el ritmo cadencioso y lánguido de un vals cuya melodía produce escalofríos en el neófito.
Ya está perdido irremisiblemente. Desde tal instante ya no se despega el casco hasta que oye el clásico: ¡"Buenas noches a todos"!
Duerme intranquilo, agitado, anhelando que alumbre el nuevo día y que abran las tiendas para adquirir los accesorios necesarios y construir un aparato. En un voluminoso paquete entran en casa hilos, bornas, planchas (de ebonita), detector y una bobina cilíndrica inmensa; porque cuanto más grande sea ésta más fuerte se oye y de más distancia se reciben las ondas, según le han dicho.
La construcción del "cacharro" dura dos días. En las horas de trabajo la familia rodea al radioconstructor y le anonada a preguntas que él contesta rápido en el acto, acrecentando así la admiración ya despertada de sus familiares.
Se ha terminado la obra. Las horas que faltan para la prueba se hacen interminables. Durante ellas se repasan varias veces las conexiones, se recorre la antena, que es un hilo tirado a lo largo de un pasillo y se revisa una vez más la toma de tierra. Todo está dispuesto. ¡Las seis de la tarde!
Los familiares y algún vecino de la intimidad asisten al momento augusto del alumbramiento.
El nuevo radioescucha, solemne, "monta el aparato" y con la más ceremoniosa prosopopeya empuña el monoauricular único que posee, le aplica con su mano izquierda al oído mientras con la derecha, valiéndose de la palanca del detector busca en la galena "el punto sensible".
La ansiedad se retrata en los rostros de los circunstantes. El palpitar de los corazones es tan intenso que se hace sonoro. Las miradas siguen ansiosas los movimientos y los más leves gestos del operador. ¡Nada!
– Esta maldita estación no se oye nunca, exclama buscando explicación al fracaso. Luego oiréis. La prueba se aplaza hasta después de cenar. Pero entonces se repite la escenita anterior.
– Es la galena, murmura con acento de indignación. Estos comerciantes sin conciencia le venden a uno adoquines de la calle por galena, pero continúa afanoso buscando el punto, retocando las conexiones y sudando la gota gorda.
Hay que renunciar. Al día siguiente va el aparato en consulta al radioaficionado iniciador.
– ¡Pero hombre, le dice, si tenías sin cerrar el circuito!
Se cierra éste y el cacharrillo vuelve a la casa ¡y "pitas"! Pita entre el silencioso asombro de la familia, que distribuye sus frases de admiración entre el inventor de "aquello" y el constructor, que maneja ya el tecnicismo de la radio como el de la carpintería, su oficio habitual.
Y en el taller, durante las ocho horas de la jornada, y en el "tupi" mientras los descansos y en todas partes y a todas las horas del día la conversación versa invariablemente sobre radiotelefonía.
Es asombrosa la cultura que de día en día van adquiriendo el ya casi técnico de la radiodifusión y su familia. Es de admirar también cómo se ha infiltrado en todos el espíritu del ahorro para invertir los pocos recursos de que se dispone en mejorar los aparatos. Porque aquellas primeras quince pesetillas con las que se recibió la primera emoción son ya más de cincuenta. Había que comprar cascos; siquiera un par de ellos para el matrimonio dejando el auricular sencillo a la señora Eusebia, la suegra, que también es de Dios, según dice la parienta, aunque él tenga sus opiniones particulares y sus ideas propias sobre el asunto. Día por día, hora por hora, la radiomanía realiza su obra de captación. Nuestro hombre llega al deliríum radio el día que un vecino contaminado del mal de la época, le pide que le construya un galenilla.
En tal momento el radioescucha (denominación genérica de máximo alcance) entra en una nueva fase, con denominación distinta, que se examinará en otra semblanza.